Lamento informarles, hombres del mundo, de que las «mujeres anormales» son las de las revistas; nosotras, las de la vida diaria, somos las «normales».
Hace unos meses caminaba por las calles de mi Guayaquil y, de pronto, llamó mi atención una voz aguda pero profunda, que parecía empapada de coraje. Al buscar la voz con la mirada me encontré con dos hombres característicos de mi tierra: no más de uno sesenta de estatura, panzones, vestidos de forma informal… Con pinta de obreros que, revista en mano, conversaban de forma acalorada:
— Es que esto es mujer… Pero, mira: nada más que bonita, no el adefesio que tengo en la casa. — Y reían.
— Si hermano. Si vieras la «anormal», con la que vivo.
— ¿Por qué no nos pudieron tocar unas mujeres normalitas como éstas?
Tras escuchar tanta estupidez junta, decidí seguir mi camino. Pero en mi mente seguía eso de «mujeres normales». Quiero decir, entendía el sarcasmo pero, en cualquier caso, ¿qué era una mujer normal? ¿Y a qué llaman los hombres mujeres normales?
Llegué a mi casa, me paré frente al espejo y me pregunté: ¿qué es una mujer normal?
Cogí unas revistas y observe las mujeres que había: mujeres de uno ochenta de estatura, normales quizás en algunos países de Europa. Mujeres de uno ochenta de estatura y cien libras, normales en las clínicas de desórdenes alimenticios. Mujeres de uno ochenta y cien libras con copa D, normales en clínicas de desórdenes alimenticios tras pasar por el quirófano. Y mujeres de uno ochenta, cien libras y pechos copa D sin imperfecciones que están buenas por todos lados, normales en las clínicas de desórdenes tras su paso por el quirófano y por PhotoShop.
Dejé la revista y me paré frente al espejo en ropa interior. Empecé a evaluarme.
Mujer de uno sesenta y cinco de estatura, normal en Latinoamérica. Mujer de uno sesenta y de ciento sesenta y cinco libras de peso, normales en todos lados. Mujer de ciento y sesenta y cinco libras con pechos copa D, normales para su contextura. Mujer con imperfecciones en la piel y en el cabello… mujer normal.
Conclusión: lamento informarles, hombres del mundo, de que las «mujeres anormales» son las de las revistas; nosotras, las de la vida diaria, somos las «normales».
Sí, esas mismas que ven todos los días: mujeres bajas o altas, flacas o gordas, con pechos grandes o pequeños, con curvas o sin ellas, caderas pronunciadas o sin ellas, rollos en la cintura o panza de embarazos. Con carnes por doquier o sin ellas, con todas las imperfecciones que puedan tener: ésas son las mujeres hermosamente normales.
Y yo muy orgullosamente pertenezco a ese grupo y no me avergüenzo de eso. Amo lo que soy: una mujer de 36 años, de estatura normal, con libras de más, caderas pronunciadas, pechos grandes y rollos en la cintura. Amo mi cuerpo, amo lo que soy y tengo la convicción que me importa un culo cómo me ve esta sociedad absurda llena de prototipos de mujeres irreales.
No necesito el «me gusta» de nadie para saberme hermosa. El «me gusta» que necesito me lo doy yo todas las mañanas frente al espejo, al verme sana y radiante. Después de dar gracias a Dios por la vida me digo: «estás más hermosa que ayer».
No malinterpreten: no es narcisismo, es amor propio; porque toda mujer, cual sea su físico o condición debe amarse totalmente. Nadie puede decirme lo que soy, nadie puede ni debe menospreciarme; porque yo, sobre todas las cosas, me amo a mí misma.
Y la sesión de fotos — que con mucha paciencia me hizo el lindo de Ibai Fernández — demuestra cómo me siento actualmente con lo que soy: cómoda, feliz, libre, hermosa… y un poco loca.
Fotografías: Ibai Fernández
Maquillaje: Cero maquillaje, yo al natural.
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